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Las Labores del Llano en la Ganadería Venezolana

En el corazón de Venezuela, donde las vastas sabanas de los Llanos se extienden como un lienzo infinito bajo el sol abrasador y las lluvias torrenciales, late una de las tradiciones más arraigadas de la cultura nacional: la ganadería llanera. Esta región, que abarca estados como Apure, Barinas, Guárico, Cojedes, Portuguesa, Anzoátegui y Monagas, no solo representa un pilar económico, sino también un símbolo de identidad forjado por los llaneros, los hábiles jinetes y guardianes de un legado que combina destreza, resistencia y un vínculo profundo con la naturaleza.

El arreo de ganado es, sin duda, la faena más icónica y desafiante de los llaneros. En los Llanos, donde las estaciones de lluvia e sequía transforman el paisaje en un mosaico de inundaciones y pastizales secos, los llaneros demuestran una habilidad extraordinaria para guiar rebaños a través de terrenos impredecibles. Durante la temporada de lluvias, que puede inundar vastas extensiones, estos jinetes a caballo se adentran en aguas turbias, enfrentando corrientes fuertes y la resistencia de miles de cabezas de ganado. La escena es casi épica, hombres a lomos de caballos, algunos descalzos como marca la tradición, cantando tonadas para calmar a las reses y evitar estampidas.

Una curiosidad fascinante es el uso de los padrotes que sirven como guías para mantener al ganado unido durante el arreo. Esta práctica, heredada de los tiempos coloniales, refleja la ingeniosidad llanera para adaptarse a las condiciones naturales. Además, el arreo no es solo una labor física; es un arte acompañado por cantos improvisados que narran las vicisitudes de la vida en el llano. Tonadas como las de arreo, con su tono quejumbroso y versos melancólicos, se entonan para controlar el movimiento del ganado, intercalando jipíos, silbidos y gritos armónicos que resuenan en llanura.

ganadería en venezuela

La cría de ganado en los Llanos es una actividad que combina tradición y adaptación. Con cerca del 30% del ganado nacional concentrado en esta región, estados como Apure y Barinas destacan por sus extensos hatos, algunos con más de 5,000 hectáreas. La ganadería extensiva domina, con pastos nativos y sistemas de doble propósito –carne y leche– que reflejan la versatilidad de los llaneros. Sin embargo, en el piedemonte llanero, donde las fincas son más pequeñas, se practican técnicas intensivas con mejoramiento genético.

Un aspecto extraordinario es el proceso de marcación del ganado es que puede extenderse por dos o tres meses, involucra a dos o más llaneros que trabajando en conjunto se enlaza al ternero y otros lo «colean» –lo derriban– para herrarlo, a menudo «maneándolo» –metiendo la cola entre las piernas– para inmovilizarlo. La escena, cargada de polvo y esfuerzo, es un ritual que une a la comunidad llanera en un trabajo colectivo.

 

Las razas cebuínas y sus cruces, adaptadas al clima tropical, son las protagonistas, aunque la cría de caballos pura cangres como los cuartos de milla, también prospera, especialmente para espectáculos hípicos. Los llaneros no solo crían ganado, sino que moldean un ecosistema vivo, protegiendo a las reses de la insolación bajo matas y moviéndolas entre bajíos y médanos según la temporada. Esta trashumancia, dictada por la naturaleza, es un testimonio de su conocimiento ancestral del terreno.

La venta de ganado es el cierre de un ciclo que enfrenta desafíos modernos. En mercados como Barinas o Zulia, los llaneros llevan reses engordadas –a veces de 250 a 500 kilos– tras meses de ceba.

En San Fernando de Apure o Achaguas, las ferias ganaderas siguen siendo un evento cultural, donde el trueque y la negociación reflejan costumbres ancestrales. La venta no es solo un acto económico, es una oportunidad para exhibir habilidades en competencias de coleo, donde los jinetes derriban reses con precisión, o para compartir historias alrededor de una fogata. La figura del «cabrestero», el líder del arreo, sigue siendo reverenciada, y su autoridad se gana mediante años de experiencia y destreza.

La cultura ganadera llanera está impregnada de curiosidades que enriquecen su identidad. Una de las más singulares es el consumo de «chimó», un tabaco masticable que los llaneros usan como estimulante durante las largas jornadas. Otro hábito fascinante es el «juego del gallo alemán», un pulso con los pies enlazados que termina con el perdedor dando una vuelta completa en el suelo, un momento de esparcimiento tras el trabajo. La vestimenta, como el sombrero «peloeguama» o el liquiliqui, y la costumbre de andar descalzos –aunque en declive– reflejan una conexión íntima con la tierra.

Los cantos de trabajo, declarados patrimonio cultural, son el alma del llano. Desde las tonadas de ordeño, donde el llanero llama a la vaca por su nombre, hasta los «lecos» –clamores para guiar ganado a distancia–, estas melodías narran la vida colectiva y se transmiten oralmente. El joropo, danza nacional, y el coleo, deporte llanero, son expresiones que celebran esta herencia. Festividades como los toros coleados o las ferias patronales reúnen a la comunidad, mientras que platos como la cachapa o el pisillo de chigüire nutren el cuerpo y el espíritu.

El arraigo cultural se profundiza en la literatura, con obras como Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, que inmortaliza el paisaje y los personajes llaneros. La figura de José Tomás Boves, el «León de los Llanos», y héroes como José Antonio Páez, el «Centauro de los Llanos», destacan el papel de los llaneros en la independencia, donde su caballería fue decisiva. Esta mezcla de etnias –araucos, andaluces, canarios– forjó una identidad única, adaptada a las duras condiciones del llano.

llaneros venezolanos

Hoy, la ganadería llanera enfrenta amenazas: deforestación, cambio climático y políticas que limitan su sostenibilidad. Sin embargo, los llaneros persisten, implementando prácticas sostenibles y preservando su cultura. En un mundo que avanza rápidamente, los Llanos siguen siendo un refugio de tradiciones, donde el canto, el caballo y el ganado narran una historia de resistencia y orgullo. Como dijo Simón Díaz, el maestro de la tonada, «cuando el llano canta, es su alma que se expresa». Y esa alma, contra todo pronóstico, sigue resonando en las sabanas de Venezuela.

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