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El alma musical de los llanos venezolanos

En los vastos Llanos de Venezuela, donde la sabana se extiende como un mar verde bajo el sol implacable y las lluvias estacionales, los llaneros han tejido un legado musical que trasciende fronteras. Esta región, que abarca estados como Apure, Barinas, Guárico, Cojedes, Portuguesa, Anzoátegui y Monagas, no solo es cuna de la ganadería, sino también de una sensibilidad artística única, expresada en la composición y ejecución de instrumentos del folklore venezolano.

La sensibilidad de los llaneros para componer y tocar instrumentos musicales es un reflejo de su conexión íntima con la naturaleza y su historia. El cuatro, la bandola llanera, el arpa y las maracas son los pilares de su repertorio, instrumentos que requieren una habilidad extraordinaria para extraer sonidos que narran la vida cotidiana. El llanero, habituado a las largas jornadas de arreo y marcación, transforma sus experiencias en versos improvisados, acompañados por el rasgueo del cuatro o el toque delicado del arpa. Esta espontaneidad es una herencia de las parrandas, reuniones donde se entona el joropo y se crean tonadas al calor de una fogata.


El arpa llanera, con sus 32 o 36 cuerdas, es un instrumento que exige años de práctica. Los arpistas, como los legendarios Juan Vicente Torrealba y el joven talento Ángel Custodio Loyola, dominan técnicas como el «repique» y el «golpe», que añaden ritmo y emoción a las melodías. La bandola, de cuerdas metálicas, aporta un sonido agudo y vibrante, mientras que las maracas, hechas de totuma y semillas, marcan el compás con un eco que resuena en la sabana. Los llaneros tocan estos instrumentos con los pies descalzos o con botas gastadas, un detalle que simboliza su arraigo a la tierra.

Una curiosidad fascinante es que muchos llaneros aprenden a tocar por tradición oral, sin partituras, guiados por el oído y la memoria. En el gentilicio llanero los niños observan a sus mayores y replican los acordes, perpetuando un conocimiento que se remonta a la mezcla de influencias indígenas, africanas y españolas. Esta sensibilidad se potencia en las noches de luna llena, cuando el canto de los grillos y el mugido lejano del ganado inspiran improvisaciones que fluyen como el río Apure.

La versatilidad de los llaneros para describir la vida en los Llanos es evidente en sus canciones, que abarcan desde la belleza de la sabana hasta las duras realidades de la vida en el llano. Las tonadas y pasajes narran el ciclo de las estaciones, los arreos bajo la lluvia y la lucha contra la extrema naturaleza. Una pieza emblemática, «Alma Llanera» de Pedro Elías Gutiérrez y Rafael Bolívar Coronado, captura la esencia del llano con versos como «Soy llanero porque nací / en los llanos de mi amada Venezuela», convirtiéndose en un himno nacional.


Los llaneros también plasman la fauna y flora en sus letras. Canciones como «Caballo Viejo» de Simón Díaz describen la vejez del caballo con una metáfora poética, mientras que «La Guanábana» celebra los frutos del llano con un ritmo festivo. Esta capacidad para transformar lo cotidiano en arte se ve en las coplas, versos de cuatro líneas que narran desde un amanecer en la sabana hasta la soledad de un vaquero perdido. La improvisación, un arte llamado «contrapunteo», permite a dos llaneros competir en versos ingeniosos, a menudo resueltos con humor o desafío.

Las desventuras del amor también encuentran eco en estas melodías. Canciones como «Amor de Mis Amores» de Ignacio «Indio» Figueredo reflejan el dolor de un amor no correspondido, con un lamento que resuena en el arpa. Estas composiciones, llenas de melancolía, narran historias de amores imposibles entre vaqueros y mujeres de fincas lejanas, separadas por ríos o la rigurosidad de las faenas. La sensibilidad llanera convierte estas experiencias en un patrimonio emocional, transmitido de generación en generación.

El amor, tanto en su esplendor como en su tragedia, es un tema central en el folklore llanero. Las canciones de joropo, divididas en pasajes, tonadas y galerones, exploran relaciones apasionadas y desengaños. «Flor de Mayo», interpretada por Reynaldo Armas, cuenta la historia de un amor primaveral que se marchita, con un ritmo que invita a bailar y a llorar. Estas letras suelen incluir nombres de flores o animales del llano –como el chigüire o el garza blanca– como metáforas del corazón humano.

Las desventuras en el amor son igualmente ricas en narrativa. En «El Gavilán Pollero», los llaneros cantan sobre un hombre engañado por su pareja, usando el gavilán como símbolo de traición. Esta canción, popularizada por grupos como Un Solo Pueblo, mezcla humor y resignación, un rasgo distintivo de la resiliencia llanera. Las parrandas nocturnas, donde se bebe aguardiente y se comparten estas historias, refuerzan la comunidad, convirtiendo el dolor en un canto colectivo.

El folklore llanero ha trascendido las fronteras venezolanas gracias a grandes éxitos que han conquistado el mundo musical. «Alma Llanera», compuesta en 1914, es el ícono indiscutible, interpretada por artistas como Cecilia Todd y reconocida internacionalmente como un símbolo de identidad venezolana. Su inclusión en eventos globales y su versión sinfónica han elevado el joropo a la escena mundial.


Simón Díaz, el «Tío Simón», llevó la música llanera a nuevos horizontes con «Caballo Viejo», una tonada que narra la vejez con una ternura universal. Grabada por Plácido Domingo y otros artistas internacionales, esta pieza ha sido versionada en géneros como el bolero y el pop, vendiendo millones de copias. Reynaldo Armas, con éxitos como «Venezuela» y «Mi Terruño», ha modernizado el joropo, integrando elementos electrónicos sin perder la esencia llanera, alcanzando audiencias en América Latina y Europa.

Grupos como C4 Trío y Serenata Guayanesa han fusionado el cuatro y el arpa con jazz y música clásica, ganando premios internacionales y colaborando con artistas como Paquito D’Rivera. Estas fusiones han llevado el sonido llanero a festivales como el WOMEX y a plataformas digitales, donde acumulan millones de reproducciones. La UNESCO reconoció el joropo como patrimonio inmaterial en 2016, un testimonio del impacto global de esta tradición.

El folklore llanero está lleno de curiosidades. El «golpe de tambor» en las parrandas, ejecutado con un tronco hueco, imita el galope de los caballos, mientras que el «zapateo» del baile joropo refleja la marcha de las reses. Los llaneros a menudo tocan con instrumentos caseros, como arpas hechas de madera de curarí, mostrando su ingenio. Otra costumbre es el «desafío de coplas», donde dos cantores compiten hasta que uno se rinde, un ritual que une competencia y camaradería.

El arraigo cultural se ve en festividades como la Feria de San Antonio del Táchira, donde el joropo resuena, o en las canturías de Semana Santa, donde se entonan himnos llaneros. La figura de Ignacio «Indio» Figueredo, quien tocaba el arpa con los ojos cerrados para «sentir el llano», simboliza esta conexión espiritual. Estas tradiciones, transmitidas oralmente, resisten el paso del tiempo, a pesar de los desafíos de la modernización.


Hoy, la música llanera enfrenta retos como la migración y la pérdida de espacios culturales, pero sigue viva en las voces de nuevos talentos que conquistan el folklor llanero y en las academias que enseñan el joropo. Los Llanos, con su paisaje y su gente, siguen siendo el alma de esta sensibilidad, un canto que narra amor, lucha y orgullo. Como dijo Simón Díaz, «el llano es mi inspiración, y mi arpa es mi voz». Y esa voz, con su ritmo y su historia, sigue conquistando el mundo.

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